Nunca me ha gustado mi cuerpo, tengo una colección de cicatrices que me recuerdan siempre distintas épocas de mi vida, generalmente las malas. Justo ayer murió la persona que me hizo la primera de ellas, el cirujano especialista en neonatos que me drenó los pulmones llenos de líquido, tal vez producto de una neumonía como fue lo diagnosticado, o tal vez producto de una tristeza notable ya desde esos pocos meses de vida que siempre me llena de lágrimas al simple encuentro con un obstáculo. Creo más en la segunda teoría, porque siempre he tenido una inclinación irresistible a las lágrimas aún en los momentos más absurdos, probablemente eso me valió el apelativo de "el niño con cara a punto de llorar" que me dieron mis compañeros de preparación para la primera comunión, desde ese día mi rostro entró a la lista de cosas que detesto de mí.
Pero volviendo al tema de las cicatrices, me he dado cuenta que no todas ellas tienen una historia interesante, eso me causa aún más frustración, porque si has de tener cicatrices deberías tener historias fantásticas sobre cada una de ellas, sin embargo la mayoría de ellas se explican con la palabra "biopsia" o "lunar cancerígeno", pero hoy estoy estrenando una cicatriz que creo que cuando termine de formarse me gustará, es la cicatriz del amor perdido, la cicatriz de las personas que conocieron la felicidad, que lucharon por ella, que la vivieron, a todo costo pero lo hicieron... Una cicatriz que aún sangra, y que a veces apuñalo más porque no comprendo por qué está ahí, pero es una cicatriz que tendrá una bonita historia, porque es una que yo mismo construí, y es una cicatriz que más que en mi cuerpo se encuentra en mi alma.
Hoy hace dos años comenzó a formarse esa cicatriz, tal vez ahora sea tiempo de dejarla sanar y reordenar los hechos para poder mostrarla con orgullo, como los niños que fanfarronean sus cicatrices de juegos para demostrar lo valientes que son.
Nunca me ha gustado mi cuerpo, y creo que eso es algo que nunca cambiará, pero hoy mi alma tiene una cicatriz que embellece su faz, porque ahora puedo decir que conocí el amor verdadero, la desilusión y también la muerte. Que se vengan los 20 años porque ya puedo decirle a la vida que pagué el peaje para el siguiente nivel.
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