(Cuento presentado al XI Concurso del Cuento "Caminos de la Escritura" de la Universidad Eafit)
“Always, no sometimes, think it’s me, but you know I know when it’s a dream”
Strawberry Fields Forever – The Beatles
Me había muerto hacía dos minutos y no sentía la carga de la eternidad, más bien era un hastío atemporal que se extendía por todo mi cuerpo. En lugar de quedarme a ver cómo me lloraban preferí salir a caminar la ciudad, esa ciudad que tanto repudiaba y que sería mi claustro en muerte, como también lo fue en vida, de hecho la vida misma había sido un claustro. Vivir una sola existencia, con una simple identidad, con solamente una escueta personalidad… Era algo tan aberrante, hubiera querido poder ser todas aquellas personas que dentro de mí clamaban por salir, por tomar control del único cuerpo que compartíamos.
La ciudad, llena de lucecitas intermitentes, de grititos atormentados, de lluvias, de promesas rotas y enamorados, esa ciudad era la misma que pasaba a mi lado, mientras yo ponía un pie delante del otro… Estas ciudades de hoy están llenas de universos paralelos, de historias que todos ignoran porque son historias fantasmas, nos hemos convertido en una sociedad fantasma que clama por atención pero no es capaz de levantar la cabeza para mirar al otro. Un paso, dos pasos, tres pasos, gotas de luz me atravesaban el alma, callejones en los que parejas desprevenidas compartían el último momento de la noche, los primeros habitantes nocturnos aparecían tras los resquicios de la Ciudad Señorial que imperaba en el día. Todo era como un circo delirante que me llevaba a los niveles más profundos de la depresión humana, y sin embargo, ahí estaba parado frente a ese espectáculo. De pronto un hombre de mediana edad, calvo y con aspecto cansado se paró a mi lado y me preguntó si me podía acompañar, le dije que no había problema.
Recorrimos un buen tramo sin dirigirnos la palabra, algo en su presencia me daba confianza, como si fuéramos viejos amigos que no necesitan hablar para sentirse comunicados. Entramos a un bar y pedimos un par de cervezas.
- Es usted nuevo por acá ¿cierto? – Me preguntó.
- Sí, supongo. Pero siento como si hubiera vivido toda la vida en medio de estas calles.
- Todos lo hemos hecho, solo que no siempre lo recordamos de la misma manera. Yo también soy nuevo, pero como usted sabe, aquí el tiempo ya no importa.
Asentí y le di un sorbo a mi botella, me quedé mirando hacia afuera, donde la vida continuaba, donde la mía ya no era parte de nadie. De fondo se escuchaba Strawberry Fields Forever y sentí como si todo mi cuerpo cayera de nuevo bajo el efecto de la morfina, el hombre sonrió y me contó que cuando fue joven vivió en Nueva York, donde aprendió a conocer a Lennon, a Janis Joplin y Jimmi Hendrix, también conoció al Rey Lagarto y a Elthon John, todo sucedía en medio de esa ciudad donde el caos reinaba, en un país que tenía la mayoría de sus jóvenes arriesgándose en Vietnam por una guerra que nadie entendía, en medio de una década que discurría entre grandes cambios ideológicos y las más irracionales muestras de la crueldad humana, me contó que había sido un joven con ideales, como la mayoría de su época, que había intentado cambiar el mundo, que… Entonces lo detuve en medio de su euforia. Yo también había sido un joven así.
Me sorprendía el brillo de sus ojos y la emotividad de sus expresiones, a pesar de ser un hombre que rondaba los 50 parecía un niño de 10, con la vida a flor de piel, excepto que esa vida ya no corría por sus venas, ni por las mías, me pareció una lástima que un hombre como él estuviera muerto. Su forma de hablar me hacía sentir más viejo de lo que llegué a ser en vida, aunque en ése momento ni siquiera recordaba qué edad tenía.
Le dije que yo pagaba pero se adelantó y no aceptó mis reclamos. Cuando salimos la lluvia no permitía ver más allá del portón del lugar, nos adentramos en ella, y se sintió como atravesar un cálido velo de terciopelo. Recordé la impresión que me había dado cuando me habló de su juventud y le pregunté cómo había muerto.
- Eso no es importante, ya no lo recuerdo.
Me contó de su familia, que había dejado unos hijos de los que se sentía orgulloso y que esperaba no haber dejado sus vidas truncadas, que su partida no fue algo que hubiera escogido, fue la primera vez que lo sentí nostálgico. Yo por mi parte recordaba vagamente a los míos, mi primer hijo había estado alejado de mí durante mucho tiempo, y siempre me sentí frustrado por esa distancia que se iba acrecentando entre nosotros, no hice nada y ya era muy tarde. De repente él se paró frente a mí y me miró con disgusto, no supe qué lo había ofendido, al instante salió corriendo y aunque intenté alcanzarlo lo perdí en medio de las sombras.
Decidí seguir caminando, no sin sentirme decepcionado. Era un hombre raro, sí, pero su compañía me era agradable y en ese momento inexplicablemente me parecía indispensable. Empecé a recordar mi vida, mi esposa y mis hijos, el éxito profesional, la cúspide de mi existencia, luego la enfermedad, la angustia ante la posibilidad de tener que dejar todo lo que había conseguido y amado, la lucha con la vida ¿o era con la muerte? Ya no lo recuerdo… Todo era un torbellino de sonidos y colores, y reminiscencias de una vida que parecía tan lejana que no sentía que hubiera sido mía. Las luces del día estaban apareciendo.
Las primeras personas empezaban a salir a sus trabajos, la ciudad de Míster Hyde cedía el paso a la de Jekyll, siempre responsable y educada, la que se escandaliza de los horrores cometidos durante la noche, una ciudad pre púber que se sorprende de sus poluciones nocturnas porque no ha logrado conocerse completamente. Mientras observaba a los buenos ciudadanos cumplir sus responsabilidades me dirigí hacia unas bancas al frente de una iglesia, me preguntaba qué habría molestado tanto al hombre que me acompañaba.
Lo encontré sentado en una de las bancas.
- Siéntate. – Me dijo con una sonrisa en la cara.
Yo me sorprendí tanto del cambio de su actitud como de que ahora me tuteara, me quedé parado al frente suyo. Él no cambió su expresión y volvió a señalarme la banca, le pregunte:
- ¿Qué fue lo que pasó hace un momento? ¿Por qué se molestó tanto?
- ¿Todavía no lo entiendes? ¿No te has dado cuenta?
- ¿De qué me está hablando?
- Mírame bien. – Parecía exasperado.
Lo miré y vi de nuevo ese rostro joven y ansioso de vivir que me producía lástima, me avergonzaba el haber vivido una vida como la mía, sin tomar riesgos y sentir al máximo como seguramente lo había hecho él. Yo sí merecía estar muerto, él no. Pero no entendía qué era lo que quería que yo viera.
- Deja de creer que eres otro, deja de sentir lástima por alguien que te ha entregado todo, déjame ir. – Me dijo con una sonrisa serena.
En ese momento recordé. Yo no había vivido en los 60 pero había aprendido a hacerlo gracias a una persona, recordé que yo no había tenido hijos, ni una esposa, ni una enfermedad que me lo había quitado todo, pero sí había conocido a una persona que me enseñó la fortaleza para afrontarla, recordé que no era mi hijo primogénito el que había estado alejado de mí, sino yo de él, y que no era mi hijo. Recordé que el que había muerto no era yo sino mi padre. En ese momento empecé a llorar y él me abrazó.
- Todo está bien, todo va a estar bien. No sabía que me conocías tanto. – Susurró.
- Yo tampoco.
- No entiendo cómo te creíste tu propio engaño.
- Estaba completamente convencido, tenía todos los recuerdos marcados en mí, todas las emociones fijadas… Todo parecía tan real. Es una lástima que nunca te hubiera preguntado por tu vida, siempre me causó curiosidad… Siempre quise saber tanto, preguntarte, confrontar…
- Todavía puedes hacerlo, simplemente pregúntate a ti mismo, estoy seguro que nadie me conoce tanto como tú, sino ¿cómo habrías podido ser yo? Y aún lo eres, siempre lo serás. Yo no soy solo yo, y tú no eres solo tú… Hay una franja estrecha en este mundo, una franja que nos divide a todos, una franja en la percepción del ser, esa franja se puede romper, y nosotros lo hemos hecho.
Lo miré y no supe que decir, así que simplemente sonreí. Entendí entonces que todos estamos viviendo vidas compartidas, que la apreciación del yo es un concepto cercenado e incompleto, que además de los yo que conocemos hay otros tantos conviviendo con nosotros mismos, que nunca estamos solos. También entendí que esta ciudad está en esa eterna búsqueda, por eso está siempre contradiciéndose, y no se me hizo tan aterradora y decepcionante, más bien tierna e inexperta, como un hijo al que ves caminar por primera vez. Me senté en la banca que ahora estaba vacía y esperé que sonaran las campanas para la primera misa del día.
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La habitación de la clínica estaba en penumbra, y yo seguía de pie al lado de mi madre, mirando una camilla con un cuerpo cubierto por una sábana blanca. Yo sabía que el que estaba ahí no era mi padre. Él había quedado sujeto en algún lugar dentro de todos nosotros.
A mi padre.